jueves, mayo 24, 2007

Confite cinéfilo

Leyendo un poco sobre el nacimiento del cine descubrí algunas cosas más que interesantes. Mi insistente pulsión escópica siempre me empujó a investigar en todos los chiches que esconden algún truco: caleidoscopios, telescopios, microscopios, y muchos más.
Ahora lo virtual está a la orden del día, nadamos como peces en océanos de imágenes, corremos locamente por rios de virtualidad. Esto hace cien años era impensable, como es difícil para nosotros pensar hoy como era aquello.
Se cuenta que en las primeras funciones del cine muchos espectadores huían despavoridos de la imagen de un tren llegando a la estaciónl: o quedaban atónitos frente a la proyección de un gentío saliendo de una fábrica.
En los primeros años del cine, y aún cuando el montaje ya se había inventado, nadie hubiese entendido el corte en una escena. Entiéndase: si el personaje en cuestión estaba al pie de un edificio y se dirigía al 7º piso la película debía mostrar toda la secuencia. El público y los directores no tenían un “concepto” de cine. (tampoco lo necesitaban). Por eso todo transcurría entre la planta baja y el primer piso, jeje., en continuidad.
Hoy en día están a mano todos los recursos. A la virtualidad de la imagen se le superpone, la animación digital, potenciando las alterantivas al infinito. Los directores hacen y deshacen a su antojo; cortan, pegan y superponen como mejor les parece las secuencias de la/s historia/s, con resultados que van desde genialidades tales como “21 Gramos” o “Magnolia”, a lamentables pastiches como “El efecto mariposa 2”.
Como siempre son los Yanquis quienes se atrevieron a despilfarrar tiempo y dinero, en “cosas supérfluas”. Para mí lo más interesante de esto es que el cine nació jugando, aunque algunos lo tomaban muy en serio. Así me entero de que antes que existiera la filmación unos tipos en California gastaron 4 años de su vida y US$ 40.000 en idear un especie de sistema de 14 “ametralladoras fotográficas” para capturar la secuencia del galope de un caballo. El asunto era ver si en algún momento de la carrera el caballo podía permanecer aunque sea un instante con un solo casco apoyado en el suelo.
Puede parecer una pavada pero además de todos los preparativos había US$25.000 en juego, y el tema le quitaba el sueño a más de uno.
Este es un homenaje a los antecesores, a los pioneros, y a todos los que hicieron la magia del cine tal como hoy lo conocemos. Aún en esa época de Ciencia, Razón y Progreso hubo quienes no se encandilaron de tantas Iluminismo y descendieron nuevamente a las cavernas platónicas para inventar una razón y una verdad distinta.
Encontré revolviendo archivos, este cortometraje de Georges Méliès , mago e ilusionista francés, titulado “Un homme de têtes” (1898) ; esperamos que ustedes, estimados lectores disfruten también de estas sutiles presencias, de estos simulacros evanescentes.

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