lunes, mayo 07, 2007

Sueños dorados


Tal vez el envase no hace a la cosa. Tal vez lo que importa es lo de adentro. Hoy todo el mundo lleva en cápsulas tan chicas como una lapicera toda su colección de música. Pero en mis recuerdos ( otro registro, otra grabación), no encuentro nada comparable al placer de tener Abbey Road en mis manos, en un palpable material vinílico. Abrir el baúl macizo, colocar el disco con cuidado, verlo girar. (“Because the world is round, it turns me on”...) Había un espacio físico que recorrer, una distancia entre zurco y zurco, y eso estaba pasando ahí y lo veías.
Otros discos más fui explorando. Nombres que marcaron hitos, descubrimientos más valiosos que el tesoro de un galeón. Para otros chicos sería una cortapluma nueva, o una pelota de rugby. Para mí eran los discos.
En el principio eran Los Beatles. Y por mucho tiempo creo que fueron exclusivamente los Beatles. Más adelante Aretha Franklin, Vinicius de Moraes, Simon & Garfunkel, Dave Bruckbeck Quintet, Errol Garner... Lo más nuevo venía en casette o CD, hoy en MP3 y sus variantes, pero los discos para mí nunca perdieron esa chispa de algo dormido en el tiempo que se pone en marcha de repente.
Cuando me mudé con mi hermano a nuestro campanario (así se llama el lugar donde vivo) llevamos el amplificador Audinac de toda la vida, la bandeja de CD y el tocadiscos. Las compacteras no duran más de tres años (con suerte), el tocadiscos hasta hoy sigue andando...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Coincido en ese placer!, El momento en que pones la púa con cuidado en el disco,, y escuchas ese raspadito q hace,, es una ceremonia de los dioses. me voy a escuchar uno yaa